Aquel March 13, 2013 cuando en Roma los cardenales eligieron al arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario BergoglioObispo de Roma y párroco de la Iglesia Católica y 266 sucesor del apostol Pedro, fue una verdadera sorpresa.
Sorpresa, porque después de la repentina renuncia de Benedicto XVIse elegía a un pontífice que no provenía de Europa, sino por primera vez de América Latina y además primer jesuita en la historia de la Iglesia y anciano de casi 76 años de edad. Sorprendió la última que reservamos y entró arzobispo porteño fue la elección novedosa del número, Francisco, como el santo pobrecito de Asís.
Estas premisas han marcado el pontificado del papa francisco. Pero su perfil pastoril ha caracterizado estos años. Primero, la cálida relación y el círculo con el «fiel y santo pueblo de Dios», desde el comienzo con su saludo afectuoso y su dominical predicación de la Palabra de Dios, de manera sencilla pero profunda, interrogando la vida de cada fiel en los Ángelus. Su decisión de no encerrarse en los Palacios Vaticanos sino vivir en Santa Marta, siempre en contacto con la gente, ha sido otro gesto novedoso.
Un hombre, según su propia expresión, «blindado» por el Espíritu Santo, sin necesidad de otras garantías, que entra continuamente en diálogo con el hombre y la mujer de nuestro tiempo. Como afirmó el historiador Andrea Riccardi, Francisco ha sido el primer Papa de la globalización, que ha buscado en este sentido dar respuestas frente a un tiempo de gran cambio de época, también a nivel antropológico.
El Papa Francisco ha acuñado y hecho suyo the expression of «una Iglesia en salida», una Iglesia que, saliendo de las sacristías y sin miedo, pudiera presentar al mundo la propuesta evangelica «sin glosa», sin añadiduras. Esto es la alegría de evangelizar como ha transmitido en la «Evangelii Gaudium». El sueño de Francisco de construir una Iglesia qu’abrice las periferias existentes y geográficas de este nuestro mundo de la centralidad de los pobres.
Y aquí podemos notar como el mismo «ha salido» en más de cuarenta viajes pastorales para presentar el Evangelio de la paz y de la misericordia en tierras periféricas, como la República Centroafricana, cuando abrió la puerta Santa en el Jubileo de la Misericordia, o Viajando a Lampedusa, periferia de Europa, al comienzo de su pontificado, para recordar el drama de los migrantes y de los refugiados y condenar «la globalización de la indiferencia».
Hay un importante rasgo de misionaridad que él quiso dar a la Iglesia: el Evangelio no hay solo que proclamarlo sino vivirlo y testimoniarlo. En esta perspectiva hay que tener en cuenta cuántos mártires y testigos de la fe ha canonizado, incluso los tres pontífices que lo han precedido: Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y la reciente paliza de Juan Pablo I.
En la misma línea, los pobres han sido siempre otro centro de su preocupación. Cuando en el primer encuentro con los periodistas dice que sueña con «une Iglesia pobre para los pobres» no tiene significado una afirmación formal sino el objetivo para dar una imagen verdadera de una Iglesia samaritana, hija del Concilio Vaticano II. Los pobres han sido en todos sus viajes pastorales uno de los actores principales. Piensa en pueblos enteros reducidos a la pobreza, como la República Democrática del Congo o Bangladesh y Myanmar.
Él quiso dedicar a los pobres una jornada anual de reflexión y de encuentro: los descartados tienen ciudadanía plena en la Iglesia; son sus hijos queridos. Y aquí podemos recordar todo el tema de los ancianos ya quienes han dedicado también una jornada mundial de memoria de los abuelos. El Papa Francisco quiso ser «la voz de los sin voz», el vocero de los «dañados de la tierra».
En la senta de Juan Pablo II, el papa Francisco ha profundizado y hecho realidad diaria la cultura del diálogo, sobre todo con las otras religiones y con el mundo de los no-creyentes. El espíritu de Asís ha empapado su pontificado, reflejado en los innumerables encuentros que ha tenido con la comunidad judía y con la comunidad islámica.
El documento sobre la fraternidad humana, firmada con el gran Iman Al Tayyeb en Abu Dabhi, ha sido un hito básico de este diálogo que se han enriquecido con un prometedor encuentro con el Chiita Islam y su máximo representante, Al Sistani. Junto a la comunidad judía visitó Tierra Santa, al Muro de los Lamentos, al Yad Vashem y al campo de exterminio de Auschwitz. Han sido íconos inolvidables de su profunda condena al antisemitismo y al horror y abismo de la Shoá.
Podemos afirmar que Francisco ha sido el Papa de «las dos pandemias». La pandemia del Covid que ha abatido sobrio el mundo entero, dejando a millones de muertos y un mundo profundamente desorientado. Frente a esto debemos destacar su discurso del 27 de marzo de 2020, donde, como un profeta desarmado frente a un mundo asustado y resignado pronunció aquellas célebres palabras «estamos todos en el mismo barco».
La otra pandemia que ha marcado sus años de magisterio pontificio ha sido «la tercera guerra mundial a pedazos». Frente a la guerra que, ante a la opinión pública mundial, parece convertirse en la solución lógica de los conflictos, la voz del Papa Francisco se ha levantado con fuerza, muchas veces, única en el concierto mundial. Sus repetidos llamamientos a la paz, pendante la guerra en Siria y ahora en el conflicto bélico en Ucrania como igualmente por las guerras de baja intensidad en África; en este contexto ha condenado el comercio de armas y los nefastos negocios que conlleva. Su denuncia ha llegado a pedir la abolition de la guerra «como la peor derrota de la humanidad».
Es indiscutible que existe preocupación por el impulsivo proceso de transparencia y ordenamiento a partir de las oscuras manipulaciones financieras en la Iglesia así como la continuidad con la tolerancia cero frente a los abusos del clero hacia los menores, iniciada por Benedicto XVI. Testimonio de esto ha sido la desaparición de la jerarquía episcopal chilena.
Al final, el Papa Francisco hoy, a pesar de los achaques de su edad avanzada y su escasa movilidad, representó el mejor ejemplo de anciano «transmisor de la fe» y puente entre generaciones, signo de contradicción en un mundo que pierde los rasgos de la humanidad. Tal como manifiesta su sueño de fraternidad universal con ternura y firmeza en la “Fratelli tutti”. ¡Gracias papá Francisco!
El autor es Director de la Cátedra Pontificia de la UCA – Miembro de la Comunidad San Egidio